OPINION, 12 noviembre 2020
¿Será que uno podrá sentir la
satisfacción del trabajo de su tierra? Obvio, pero para empezar debemos definir
que consideramos como tierra. Uno considera aquella en que uno nació. Pero una
vez ubicado en diferente terruño, viene si aquello que aprendio o estuvo
relacionado en su querida tierra, aún está vigente, para desarrollarlo acá. ¿Verdad?
Cada uno de nosotros tendrá su
propia definición frente a su sentimiento de lo que llamamos terruño o tierra.
Muchas definiciones dependiendo, de si es de su propiedad o es dada en
arrendamiento o si la tierra se presta para trabajarla. Muchas tierras no son
buenas para la agricultura, por ejemplo, pero también muchas las hay que están
esperándonos para que disfrutemos de ellas. ¿Disfrutar? ¡Indefectiblemente!
Sí, no hay duda, todo depende
de las variables que tenga cada terreno y del afecto que por ella uno sienta. A
veces como que nos complicamos la vida mucho, tratando de definir lo que
queremos y disfrutamos. Aun así, la cosa puede ser muy sencilla, uno siente ese
gusto de trabajarla para su satisfacción y beneficio personal.
Precisamente el pasado
miércoles como a las 4 p.m. sentí la necesidad de trabajar nuestra tierra, ya
que la maleza estaba avanzando mucho. Sin pensarlo dos veces me cambié de ropa
tomando mis instrumentos de trabajo: Las
botas, unas tijeras de jardín y una garlancha, ¡ah! había olvidado, mis manos,
fuente de riqueza, dirección y deleite. Será posible, claro que sí. Pero antes,
como nació este interés por el terruño.
Allá en la casa paterna, hace
sus buenos años, nuestros padres habían comprado un terreno relativamente grande,
comparado con la época en que la adquirieron. En ese espacio había la casa de
habitación, una enramada diseñada para la fabricación de muebles, equipos
eléctricos; sierra, sinfín, equipo de pintura, cocina, sala y tres dormitorios.
Además de un área donde se cultivaba maíz a cargo de mi padre y huerta y jardín
a cargo de mi madre.
De acuerdo con el almanaque
Bristol ellos sembraban maíz y con gran
esmero y celo mi padre se preocupaba de que a medida que ellos crecían, él
fortalecía su base con tierra y abono. Por razones que no recuerdo, sin ser
espectadores, no participábamos de todo el proceso. Para la época de cosecha,
era algo excepcional. Mazorcas grandes, sanas, sin pesticidas, eran objeto de
admiración y deleite por familiares que invitados, celebrábamos la cosecha.
Al llegar a esta tierra,
lejos, lejísimos estábamos que la casa que habíamos comprado nos daría las
satisfacciones que hoy nos depara. Pero claro, ella comprendía, parte casa y un
ben lote que poco a poco se fue convirtiendo en nuestra huerta, con frutales:
ocho mangos, más de 20 guanábanos, ocho moringas, papayas, cilantro y que tal
orquídeas, finísimo detalle de Claudia, experta en este campo con colección de
más de 200 y avanzada estudiante de español, además de un pequeño jardín que
bordea todo el área, inclusive el “porch” junto con los recipientes para
recolección de agua lluvia, para el regadío de las plantas.
Rápido y debidamente
arrodillado, con mis manos desyerbe la mayor parte del área, luego con la
garlancha recorté los orillos de los cuadrantes que delimitan cada planta,
tratando de colocar tales yerbas que al cortar el pasto, la incluyera. El
tiempo estaba corriendo y aún no había acabado, así que me esforcé un poco más
con el fin de cortar el pasto.
Esto del desyerbe es una parte
muy interesante, pues uno siente como los dedos agarran tanto pasto y yerbas,
como plantas que uno desconoce, pero que forman parte de aquello que no
deseamos, y que poco a poco se identifica con lo suyo, aprovechando el exceso
de agua, en razón del invierno.
Cuando al atardecer, estaba
próximo a acabarse, rápidamente alisté la cortadora de pasto fin dejar el patio
como una cancha de golf. Indudable había cumplido con mi cometido, dejar todo
debidamente arreglado, sintiendo la satisfacción de la labor cumplida y que me
había identificado con mi tierra, como mis padres con aquella en la casa
paterna.
Esta tierra no solo fue el estímulo para contar con lo que hoy es, es, además, la esperanza y diversión de nuestros próximo gratos años que Dios nos proporcionará. No hay duda fue la mejor inversión jamás realizada, y en especial en esta preciosa tierra.
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