OPINION, 12 marzo 2020
En una de nuestras clases de
conversación en español, en el Port St. Lucie Botanical Gardens nació la idea
de rememorar de dónde veníamos y para dónde íbamos. La conversación giro sobre
como orientamos nuestra vida para llegar hoy en día a lo que tuvo origen hace
sus buenos años.
Inicié la conversación
haciendo mención a mis inicios. Fue una experiencia tonificante, ya que tal
recuerdo me hizo vivir una etapa muy importante en el inicio de lo que dio
lugar a todo un mundo de actividades que de otra forma no hubiera realizado.
Claro, no hay duda, de no haberlo hecho, otro hubiera sido mi destino.
Veamos cómo nació todo. Desde
niño sentí el deseo y la habilidad de dibujar tomando como ejemplo las tiras
cómicas de los periódicos, en especial los días domingo cuando traían los
monitos a color. No veía yo el momento para comprar unos dibujos realizados por
profesionales que me daban la idea de lo que yo debería realizar.
Tal motivación dio lugar para
que mis padres me orientaran sobre cómo llegar a una institución de dibujo
artístico y además dibujo arquitectónico. No sé cómo podría yo llegar a la
mejor institución con tal grado de desarrollo y prestigio que yo iría a
heredar. El Departamento de Bellas Artes de la Universidad Nacional de
Colombia.
En mis primeros pinos de tal
“carrera” nació en mí el deseo de dibujar la cara de mi querida abuelita
Matilde. Cuál no sería su fe y la de mis padres creer que yo podría dibujarla,
en especial si solo hacía poco había iniciado el curso respectivo. Sea como
sea, realicé tal obra que yo mismo quedé asombrado de la fidelidad con que lo
había logrado.
Mi padre, Pedro, me premió, si
así se puede decir, con enmarcar tal dibujo en un cuadro para luego colocarlo
en la sala de nuestra casa. Nunca había notado que alguien dijera algo de mí
“obra”, hasta que un día llegó la visita de la Sra. Leonor, vecina de la cuadra
donde vivíamos, a visitar a mi bella madre, Aura.
Su primer comentario fue y ese
dibujo ¿de quién es? Mi madre le dijo que correspondía a la madre de mi padre.
Su segunda pregunta fue ¿Y quién la dibujo?, a lo que mi madre le dijo que su
hijo Nelson. Sin decir más, más tarde me enteré que ella era profesora de inglés,
le dijo a mi madre: “A este joven debemos apoyarlo”, “El tiene madera para
hacer algo en la vida”.
“Que venga a mi casa para que
iniciemos clases de inglés”. ¿What? Si y así inicié un curso con duración de
tres años y medio completamente privada.
Dentro de mis inquietudes
estaba la de encontrar una fuente de trabajo. En aquella época además de mis
estudios nocturnos se complementaban con apoyo a mis padres en la fabricación
de muebles. Mi hermano mayor me dijo: “Porque no enseñas lo que ya sabes, tanto
en dibujo artístico y arquitectónico como en inglés”. Pero cómo, si a duras penas
manejo lo básico. Bueno, me dijo él, “Tu ya sabes lo básico pero tus
estudiantes no”. ¡Wow! Tenía razón, pero yo no era profesor.
¡Ah!, pero en aquel entonces el
Centro Colombo Americano abría clases para profesores de inglés. Sin más ni más
“me lance a la conquista del espacio”. En el Colombo me aceptaron. A su término,
ofrecieron un curso de un año para Secretarios bilingües, sin más ni más acepté.
Recuerdo que no tenía dinero para la matricula, pedí una beca, me dieron media.
Gracias a Dios mis padres y mi novia, hoy en día mi señora, me facilitaron la
diferencia. Terminé, me gradué y pronto abriría un Centro de Clases de Inglés
en un apartamento enfrente al Teatro Colombia, allá en Bogotá. Llegué a tener
30 alumnos. Tiempo después tuve que cerrarlo me habían robado.
Casi el mismo día tuve
conocimiento que El Instituto Lingüístico Colombo Americano, bajo el auspicio
del Ministerio de Educación y la Universidad de California en los Angeles –
UCLA -
llamaban a concurso profesores
que desearán complementar su preparación. Cinco meses intensivos con dedicación
a tiempo completo, becados. Me presente y me aceptaron.
Casualmente me encontré con
quien había sido mi profesora en el curso del Colombo. Cuál no sería mi
sorpresa cuando me dice que ella no podia continuar con su clase de
Secretariado Bilingüe y por lo tanto me ofrecía su posición. ¡Quede
estupefacto! Yo. Sí tú, “Ya he hablado con las directivas del Centro y están de
acuerdo”.
¡Oh Dios! y así se hizo, entré
como profesor bilingüe para dictar partes del curso sobre “Business practices”.
No había pasado un mes cuando encontré en mi casillero del Colombo un anuncio
de una vacante. Imposible. Estaba hecha para mí. Sin pensarlo dos veces fui a
sus oficinas y en término de tres semanas me encontraba en sus oficinas en
Lima, Perú, recibiendo orientación sobre el manejo del cargo de ¡Asistente
Administrativo!
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